April 28, 2023

Cristo, la piedra angular

Jesús nos llama a seguirlo, a servirle y a liderar

Archbishop Charles C. Thompson

“De cierto, de cierto les digo: El ladrón y el salteador es el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que trepa por otra parte. Pero el que entra por la puerta, es el pastor de las ovejas” (Jn 10:1-2).

En la lectura del Evangelio del cuarto domingo de Pascua (Jn 10:1-10), san Juan Evangelista presenta a Jesús en una doble función: por un lado, es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas y muere voluntariamente por su rebaño; pero por otro, es la puerta por la que las ovejas pueden entrar o salir sin correr peligro.

San Juan nos dice que los fariseos no entendían las imágenes de nuestro Señor. ¿Acaso nosotros sí? ¿Por qué dice Jesús que es a la vez el pastor y la puerta de las ovejas?

Si escuchamos con atención lo que Jesús nos dice, siempre con la ayuda del Espíritu Santo que nos interpreta la Palabra de Dios, “oiremos su voz” y sabremos que estamos llamados a seguir a Jesús:

El que entra por la puerta, es el pastor de las ovejas. A éste el portero le abre, y las ovejas oyen su voz; y él llama a las ovejas por su nombre, y las saca. Y una vez que ha sacado a todas sus ovejas, va delante de ellas; y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Pero a un extraño no lo siguen, sino que huyen de él, porque no conocen la voz de gente extraña. (Jn 10:2-5).

En otras palabras, quien entra por la puerta que es Cristo mismo, ya sea clérigo o laico, se convierte en buen pastor, autorizado a hablar en nombre de Dios. La gente seguirá a este siervo-líder si es auténtico; no seguirán a hipócritas que pretenden ser elegidos o que no dicen la verdad desde el amor.

El Papa Francisco a menudo dice que los pastores que saben hacer bien su trabajo saben cuándo caminar junto a sus ovejas, cuándo guiarlas y cuándo seguirlas. El Santo Padre afirma que Jesús quiere que estemos tan cerca de la gente a la que servimos, que tomemos “el olor de las ovejas.” Esta vívida imagen busca captar nuestra atención y ayudarnos a ver cuánto desea Jesús que sigamos su ejemplo como auténticos siervos-líderes que “llaman a sus ovejas por su nombre” y que las guían a verdes praderas.

La segunda lectura (1 Pe 2:20-25) describe todo lo que hizo nuestro Salvador para identificarse con nosotros, el rebaño que pastorea:

Él mismo llevó en su cuerpo nuestros pecados al madero, para que nosotros, muertos ya al pecado, vivamos para la justicia. Por sus heridas fueron ustedes sanados. Porque ustedes eran como ovejas descarriadas, pero ahora se han vuelto al Pastor que cuida de sus vidas. (1 Pe 2:24-25)

Jesús es el Buen Pastor, el que cuida de nuestras vidas (1 Pe 2:25), que abre la puerta de las ovejas de nuestro corazón y nos lleva a convertirnos en hombres y mujeres para los demás. Es el que “cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando sufría, no amenazaba, sino que remitía su causa al que juzga con justicia” (1 Pe 2:23). Jesús estaba tan unido a nosotros, su pueblo, que se negó a abandonarnos a nuestros pecados. En cambio, se entregó a su Padre para expiar nuestros pecados. Jesús se identificó tanto con nosotros que Él, que nunca pecó, tomó el olor de los pecadores (el olor de la muerte) y se entregó a la muerte por nosotros.

Como nos dice san Pedro: “Y ustedes fueron llamados para esto. Porque también Cristo sufrió por nosotros, con lo que nos dio un ejemplo para que sigamos sus pasos” (1 Pe 2:21). Para seguir las huellas de Jesús, debemos negarnos a nosotros mismos y servir a los demás. Debemos ser pastores que abren la puerta a los demás y les muestran el camino de la vida en Cristo.

En el salmo responsorial del cuarto domingo de Pascua (Sal 23), rezamos:

El Señor es mi pastor, nada me faltará. En lugares de verdes pastos me hace descansar; junto a aguas de reposo me conduce. Él restaura mi alma; me guía por senderos de justicia por amor de Su nombre. (Sal 23:1-3)

Estas palabras de consuelo y esperanza nos recuerdan que la resurrección del Señor nos ha redimido de la consecuencia mortal del pecado y del mal. Sí, el pecado permanece, en cada uno de nosotros y en el mundo que habitamos; pero el pecado ya no tiene la última palabra, y la muerte ha perdido su poder.

Mientras seguimos celebrando este tiempo de Pascua, recemos para tener el valor de seguir a Jesús y dar ejemplo a todos nuestros hermanos y hermanas. Que entremos por la puerta que es Jesucristo, el Camino, la Verdad y la Vida. †

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