September 16, 2022

Cristo, la piedra angular

La corresponsabilidad exige que le retribuyamos a Dios todo lo que nos ha dado

Archbishop Charles C. Thompson

“El que es honrado en lo poco también lo será en lo mucho; y el que no es íntegro en lo poco tampoco lo será en lo mucho” (Lc 16:10).

La lectura del Evangelio de este fin de semana (Lc 16:1-13), el vigésimo quinto domingo del tiempo ordinario, habla sobre la corresponsabilidad y nos da una idea de la forma en que Dios trata a los que despilfarran los muchos dones que nos ha dado.

Muy a menudo, cuando oímos la palabra “corresponsabilidad,” pensamos en dar nuestro tiempo, talentos y tesoro a nuestra parroquia, a la arquidiócesis o a otras organizaciones benéficas y, por supuesto, esto es una parte importante de nuestra responsabilidad como administradores de los dones de Dios.

Pero la auténtica corresponsabilidad cristiana significa algo más que dar limosna o compartir nuestro tiempo y talentos. Como se ilustra en la parábola que cuenta Jesús en el Evangelio de este domingo, la buena corresponsabilidad también supone ser fiables, generosos y la voluntad de perdonar a los que han fallado en su responsabilidad de cuidar los dones que Dios nos ha encomendado.

La primera lectura del libro del profeta Amós (Am 8:4-7) también se refiere a la fiabilidad, o a la falta de ella, de los responsables del bienestar económico del pueblo de Dios. Dando voz a la ira y la decepción del Señor, el profeta dice:

“Oigan esto, los que pisotean a los necesitados y exterminan a los pobres de la tierra. Ustedes dicen:

‘¿Cuándo pasará la fiesta de luna nueva para que podamos vender grano, o el día de reposo para que pongamos a la venta el trigo?’ Ustedes buscan achicar la medida y aumentar el precio, falsear las balanzas y vender los deshechos del trigo, comprar al desvalido por dinero, y al necesitado, por un par de sandalias” (Am 8:4-6).

El profeta nos advierte que el Señor se acordará de nuestra irresponsabilidad y nos pedirá cuentas por la forma en que manejamos nuestros asuntos y tratamos a los demás, especialmente a los pobres y vulnerables.

La selección de este domingo del Evangelio de san Lucas concluye con dichos que nos resultan conocidos, pero que no siempre se entienden bien:

“Y, si con lo ajeno no han sido honrados, ¿quién les dará a ustedes lo que les pertenece? Ningún sirviente puede servir a dos patrones. Menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a la vez a Dios y a las riquezas” (Lc 16:12-13).

Si no somos buenos administradores de las cosas que pertenecen a otros, ¿quién nos confiará dones a nosotros? Y no podemos dedicarnos a vivir de dos formas distintas al mismo tiempo o acabaremos desesperadamente en conflicto.

En traducciones antiguas del Nuevo Testamento en ocasiones se utilizaba la palabra hebrea mammon (españolizada a mammón) para describir dinero o riqueza. En la Edad Media, mammon se representaba a menudo como un falso dios o una personificación del mal. Jesús no desprecia el dinero, ni lo considera algo malo en sí mismo. Es el amor al dinero, no el dinero en sí lo que constituye la raíz de todos los males. Como nos enseña san Pablo: “La avaricia, en efecto, es la raíz de todos los males y, arrastrados por ella, algunos han perdido la fe y ahora son presa de múltiples remordimientos” (1 Tm 6:10).

Cuando sustituimos el amor que estamos llamados a sentir únicamente por Dios y lo trasladamos a la riqueza o las cosas materiales, estamos adorando al falso dios Mammón. Y cuando perseguimos ciegamente las cosas que el dinero nos consigue, incluido el poder, la fama o la gratificación sexual, realmente nos cegamos por el poder seductor del dinero y somos “presa de múltiples remordimientos.” Como dice claramente Jesús, no podemos servir a la vez a Dios y a Mammón (la riqueza).

Para ser corresponsables dignos de confianza de los dones que hemos recibido de Dios, debemos reconocer que se nos pedirá cuentas por la forma en que gestionamos nuestros dones y los compartimos generosamente con los demás. Esta es la forma de vida que Jesús nos llama a vivir, y es incompatible con los estilos de vida que ponen la riqueza y los privilegios por encima de todo. De hecho, sencillamente no se puede servir a Dios como administradores responsables y, al mismo tiempo, vivir como personas egocéntricas cuya principal preocupación es lo que el dinero nos comprará.

La corresponsabilidad nos enseña a “buscar primero el reino de Dios” (Mt 6:33) con la confianza de que todo lo que necesitamos para amar a Dios y al prójimo lo recibiremos como dones procedentes de la Divina Providencia. Se nos invita, y se nos desafía, a ser administradores confiables de la abundante generosidad de Dios y solo podremos llevar a cabo con éxito esta impresionante responsabilidad si nos desprendemos de toda preocupación inapropiada por el dinero y lo material.

Pidamos la gracia de ser buenos corresponsables de todo lo que Dios nos ha dado. †

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