October 23, 2020

Cristo, la piedra angular

María nos recuerda que el amor es el mandamiento supremo

Archbishop Charles C. Thompson

“Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley? Y Él le contestó: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas’ ” (Mt 22:36-40).

Todo lo importante en la vida depende del amor. Esta es una afirmación audaz que está sujeta a una mala interpretación, especialmente cuando el amor se define como autogratificación emocional o física. El amor verdadero trasciende los sentimientos personales, es abnegado y es una manifestación del don de la entrega de Dios hacia nosotros. De hecho, “El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4:8).

Durante el mes de octubre, la Iglesia nos anima a prestar especial atención a la Santísima Virgen María, la Madre de Dios y nuestra madre. María es un testigo perfecto de los dos mandamientos: amar a Dios con toda el alma y la mente; amar al prójimo como a uno mismo.

Puesto que María estaba libre de pecado, podía amar desinteresadamente y podía entregarse completamente a Dios, a su familia y a todos los que encontraba (incluso a los extraños y a los enemigos de su pueblo).

María nos muestra el camino hacia el Amor Eterno y señala el camino hacia su divino Hijo, Jesús, e intercede por nosotros cuando luchamos por encontrar nuestro camino.

La Iglesia enseña que la vida de María se caracterizó por una fe obediente. “Obediencia” es otra palabra que a menudo se malinterpreta hoy en día, ya que con demasiada frecuencia sugiere una sumisión servil a la autoridad en lugar de una apertura a la voluntad de otro y una decisión libre de entregarse de todo corazón. Este era el camino de María, el camino de la aceptación libremente elegida de la voluntad de Dios para ella, especialmente cuando no sabía todo lo que implicaba.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica: “La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que “nada es imposible para Dios” [Lc 1:37; cf. Gn 18:14] y dando su asentimiento: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” [Lc 1:38]. Isabel la saludó: “¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” [Lc 1:45]. Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada” (#148).

En la lectura del Evangelio del próximo domingo (Mt 22:34-40), los fariseos preguntan a Jesús cuál de los muchos mandamientos de la ley de Moisés era el más importante. Intentaban atraparlo con lo que llamaríamos una pregunta capciosa. Jesús se niega a caer en ese juego. En lugar de ello, resume toda la tradición hebrea (“toda la ley y los profetas,” Mt 22:40), con la sencilla verdad de que todo lo importante en la vida depende del amor desinteresado y abnegado.

Como ha escrito el arzobispo de Seattle, Paul D. Etienne, hijo de nuestra arquidiócesis: “Una vida cristiana madura siempre se vive para los demás, y nunca para uno mismo. Al igual que María tenía una misión que Dios le confió, lo mismo ocurre con cada uno de nosotros. Así como la misión de María se centró en Jesucristo, la nuestra también debería hacerlo. María es un símbolo de entrega y de dedicación a Dios y a la vida espiritual. La práctica de la autoentrega como regalo es esencial en nuestra vida cristiana. Cristo se entregó a todo el mundo a través de la Encarnación, expresado de la manera más amorosa y completa al ofrecerse en la cruz por nuestra redención. Todo cristiano que se toma en serio su fe también debe hacer de sí mismo un regalo para Dios y para los demás.”

Resulta imposible amar a Dios plenamente (con toda nuestra alma y mente) y amar a TODOS los demás como nos amamos a nosotros a menos que entreguemos nuestras vidas y renunciemos a nuestro egoísmo y al pecado.

Cada cristiano bautizado está llamado a obedecer la voluntad de Dios. Esto significa escuchar en oración la Palabra de Dios como se nos dice en la Sagrada Escritura, en los sacramentos y en nuestros encuentros con Cristo a través del servicio generoso a los demás. Y significa seguir el ejemplo de María diciendo “sí” a lo que Dios nos pida.

Pidamos a nuestra Santísima Madre María que nos inspire e interceda por nosotros, mientras buscamos discernir la voluntad de Dios para nosotros. Que la gracia de Cristo su Hijo nos haga lo suficientemente audaces para responder “sí” siempre que seamos llamados a entregarnos de todo corazón a amar a Dios y al prójimo. †

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