July 12, 2019

Cristo, la piedra angular

La Parábola del buen samaritano nos demuestra que el amor es acción

Archbishop Charles C. Thompson

“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente y ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10:27).

Este domingo, el 15 del Tiempo ordinario, la Iglesia nos invita a reflexionar sobre la conocida Parábola del buen samaritano (Lc 10:25-37) que el papa Francisco a menudo usa como punto de referencia en sus homilías y presentaciones. Se trata de una historia poderosa y el hecho de que la hayamos escuchado muchas veces no debería restarle valor.

Jesús habla con un “experto en la ley” (Lc 10:25), un hombre instruido y probablemente devoto que desea poner a prueba los conocimientos de Jesús con respecto a los complejos requisitos de la ley judía. El experto en la ley le plantea una pregunta importante: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (Lc 10:25) Jesús le da lo que él considera que es la respuesta correcta: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente y ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10:27).

Después de todo, esta es una de las enseñanzas más fundamentales de las escrituras hebreas. Al amar a Dios y a nuestro prójimo vivimos la vida a plenitud. “Haz eso y vivirás” (Lc 10:28), le replica el experto en la ley.

Pero ¿qué es el “amor” en verdad? Y ¿quién es el prójimo? Estas son preguntas muy importantes porque, como sabemos, el amor tiene significados muy distintos, y a quién consideramos nuestro prójimo dice mucho de quiénes somos y de las posturas que adoptamos frente a otros que no son como nosotros.

El experto en la ley del Evangelio según san Lucas no pregunta sobre el significado del amor, pero pone a prueba a Jesús al preguntarle “¿quién es mi prójimo?” (Lc 10:29). San Lucas nos dice que al formular esta pregunta el experto “quería justificarse” (Lc 10:29) lo que podría implicar que ya estaba predispuesto a la noción tradicional de que el prójimo lo conforman los integrantes de la propia comunidad, alguien que comparte nuestras mismas costumbres, valores y creencias religiosas.

A la pregunta de “¿quién es mi prójimo?”, Jesús responde con la parábola que llamamos del buen samaritano. Ese relato está lleno de contradicciones. Un hombre recibe una tremenda golpiza, lo roban y lo dejan moribundo. Dos viajeros que normalmente se esperaría que lo ayudaran se esforzaron por evitar lidiar con este integrante moribundo de su propia comunidad. Estos “buenos judíos” un sacerdote y un levita, se mostraron indiferentes ante el sufrimiento de uno de ellos. Sus corazones estaban endurecidos y, en su egoísmo, habían pecado contra el mandamiento de amar al prójimo como a Dios mismo.

Esto ya de por sí sería impactante: que dos hombres aparentemente justos demuestren tal indiferencia por uno de sus semejantes. Pero la parábola prosigue y dice que un extranjero, un samaritano—a quienes los judíos despreciaban—demostró una enorme compasión hacia el sufrimiento del hombre. “Llegó a donde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él. Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó” (Lc 10:33-34).

En tanto que el sacerdote y el levita se esforzaron por evitar ayudar a su semejante, el extranjero se esmeró y dedicó su tiempo, esfuerzos y dinero para cuidar a alguien a quien no conocía y que muchos de sus compañeros samaritanos habrían tildado de enemigo, alguien por quien no valía la pena tomarse tantas molestias.

Como sabemos, cuando Jesús terminó de relatar la parábola le preguntó: “¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?” (Lc 10:36) A lo cual el experto en la ley respondió: “El que se compadeció de él” (Lc 10:37). Y entonces Jesús concluyó: “Anda entonces y haz tú lo mismo” (Lc 10:37).

La Parábola del buen samaritano responde ambas interrogantes: ¿Qué es el amor y quién es mi prójimo? Nos dice que el amor es acción y que mi prójimo es todo aquel que necesite mi ayuda. Ilustra la verdad fundamental de que no es posible amar a Dios “con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente” a menos que también amemos al “prójimo como a ti mismo.”

La Parábola del buen samaritano nos enseña a abandonar nuestra preocupación por nosotros mismos y a estar atentos a las necesidades de los demás, a compartir nuestro tiempo, talentos y tesoros con el prójimo. Este es el significado del amor: devolver a Dios todos los dones que nos ha dado al compartirlos generosamente (por justicia y caridad) con el prójimo.

Escuchemos esta parábola con una mente y un corazón abiertos. Imitemos al buen samaritano en nuestra vida cotidiana por amor a Dios y al prójimo. “Haz eso y vivirás.” †

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