June 26, 2015

Alégrense en el Señor

La pobreza y sus repercusiones sobre la vida familiar

Archbishop Joseph W. Tobin

En su libro titulado Think and Act Anew: How Poverty in America Affects Us All and What We Can Do about It (Renovemos nuestras acciones y pensamientos: Cómo la pobreza en Estados Unidos nos afecta a todos y qué podemos hacer al respecto), el Rev. Larry Snyder, ex presidente de Catholic Charities USA se basa en la experiencia de los trabajadores de esta organización en todo el país para explicar que una familia o una persona se considera pobre si:

  • no puede costearse una vivienda limpia, segura y en buenas condiciones;
  • no proporcionar habitualmente alimentos nutritivos para sí mismo y para su familia;
  • no puede pagar sistemáticamente las facturas de los servicios, aunque esto sea una prioridad;
  • sus hijos no van vestidos a la escuela con ropa adecuada y limpia, y que estén buenas condiciones; o
  • no puede permitirse ir al médico por ningún tipo de enfermedad, por temor a que la consulta esté muy por encima de lo que puede pagar.

Muchas familias de Indiana viven en estas condiciones. La pobreza es especialmente difícil para quienes tienen a su cargo a otras personas, incluyendo cónyuges, hijos, hermanos, padres o madres enfermos o ancianos. En efecto, la pobreza es una influencia destructiva sobre la vida familiar.

En nuestra carta pastoral, Pobreza en la Encrucijada: la respuesta de la Iglesia ante la pobreza en Indiana, los obispos escribimos:

“Como pastores, somos testigo de las dificultades que enfrentan las familias jóvenes, especialmente las constituidas por padres o madres solteros, para romper el ciclo de la pobreza y poder proveer alimento, vestido, vivienda, educación y atención de salud para sus hijos. Para los padres adolescentes resulta mucho más difícil encontrar y conservar buenos trabajos, especialmente si no están casados, ya que a menudo carecen de la educación, las destrezas y las experiencias necesarias para competir en el mercado laboral actual. Si sumamos a estas desventajas los gastos de transporte y de atención médica, el desafío resulta abrumador.

“Además, a medida que aumenta la cantidad de familias constituidas por padres o madres menores de edad, o en las que solo está presente el padre o la madre, también aumenta la cantidad de padres y madres que no pueden o no quieren mantener a sus hijos. Los matrimonios fuertes y las familias sanas proporcionan el ambiente ideal que contribuye a superar incluso los desafíos económicos más graves. Lamentablemente, la tensión que genera la inestabilidad económica, las adicciones y la violencia conyugal, en combinación con otros factores sociales y culturales, contribuyen a la desintegración de los matrimonios, perturba a las familias estables y, a menudo, degenera en el consumo de sustancias ilícitas y otras conductas adictivas.”

Las dificultades que enfrentan todas las familias de hoy en día, independientemente de su edad, raza, estatus social o credo, son graves. Si agregamos a estos obstáculos culturales la dura realidad de la pobreza, las dificultades parecerán insuperables.

Tal como indicamos en nuestra carta pastoral:

“Nuestra sociedad actual permite—e incluso fomenta—conductas que van en contra de una vida familiar sana. El consumismo puede promover el gasto desenfrenado y a contraer deudas impagables. La promiscuidad está atizada por el irrespeto a la belleza de la sexualidad humana y a la santidad del matrimonio y la vida familiar. Todos los estratos de nuestra sociedad sufren los efectos de la amenaza cultural y económica para la salud y la vitalidad de las familias, pero los pobres, especialmente aquellos aquejados por la pobreza multigeneracional, son especialmente vulnerables a las influencias sociales y económicas negativas que socavan la existencia de la vida familiar. Incluso se ha llegado a afirmar que los matrimonios estables son cada vez más un lujo que solo los ricos se pueden dar.”

Defendemos el matrimonio—que entendemos como la unión de un hombre y una mujer—y estamos decididos a fortalecer la familia como la unidad más fundamental de la sociedad humana y de la Iglesia.

Pero nuestro compromiso con el matrimonio y la vida familiar se quedan en meras palabras si no nos comprometemos además a ayudar a los pobres. La pobreza no es lo único que amenaza la vida familiar, pero probablemente sea la influencia más generalizada y destructiva que enfrentan cotidianamente las familias. La pobreza ataca todo aquello que brinda seguridad y estabilidad a las familias; sus efectos son espirituales y materiales, provoca que las familias se sientan maltratadas, desesperanzadas e indeseadas en la tierra de abundancia que los rodea a todo lo largo y ancho del estado de Indiana que representa su hogar.

Pobreza en la Encrucijada pone de relieve la interrelación esencial que existe entre las familias estables y sanas, y las sociedades comprensivas y vivificantes.

“Para abordar los efectos a largo plazo de la pobreza en nuestra sociedad, debemos fortalecer el matrimonio y la vida familiar. … Cuando las familias son fuertes, también lo es la sociedad; cuando las familias se quebrantan y son inestables, todas las comunidades humanas sufren. Al mismo tiempo, reconocemos que la pobreza intensifica la inestabilidad del matrimonio y de la vida familiar, ya que puede provocar una tensión intolerable que limita el desarrollo humano.”

Invito a todos los católicos del centro y del sur de Indiana para que reflexionen piadosamente sobre el obsequio de Dios que es la vida familiar. En verdad es muy sencillo: Cuando las familias son fuertes, también lo es la sociedad; cuando las familias se quebrantan y son inestables, todos sufrimos.

Que Dios bendiga a las familias y que su gracia nos dé fortalezas a todos para hacer lo que esté a nuestro alcance para consolidar el matrimonio y la vida familiar. Que hagamos todo lo posible para ayudar a mitigar los efectos devastadores que surte la pobreza en la familia moderna. †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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