June 5, 2015

Alégrense en el Señor

La eucaristía: vivamos el obsequio de la entrega de Cristo como si lo mereciéramos

Archbishop Joseph W. Tobin

“La Santa Eucaristía es nuestro pan de cada día procedente del Cielo. Vívelo como si merecieras recibirlo a diario.”
—San Agustín de Hipona

Ninguno de nosotros merece recibir a Cristo en la eucaristía. La santísima comunión es siempre un obsequio inmerecido que recibimos como resultado de la gracia de Dios. Nada de lo que podamos hacer por iniciativa propia nos hace dignos de que el Señor entre nuestros corazones. Lo único que podemos hacer es estar listos, estar atentos y “despiertos,” e intentar estar verdaderamente agradecidos cuando el Señor se entrega a nosotros en el gran misterio de la eucaristía.

San Agustín nos exhorta a vivir como si fuéramos merecedores del obsequio expiatorio de Cristo, y nos desafía a cambiar nuestras vidas—tal como él lo hizo—ya proyectarlas como una incesante travesía de esperanza en la que “buscamos continuamente el rostro del Señor.”

Agustín sabía por experiencia propia que la conversión es un proceso que dura toda la vida. Atravesó grandes dificultades para ser digno del amor de Cristo y de los dones excelsos que recibimos de él a diario.

Todos estos dones—vida y amor, libertad y felicidad, verdad y esperanza—nos llegan libremente gracias a la abundante generosidad de nuestro Dios. No hacemos nada para ganarnos la gracia de Dios. La recibimos libremente porque, tal como lo expresó el papa emérito Benedicto XVI, la misma naturaleza de Dios es dar generosamente, sin exigir nada a cambio, simplemente porque Él nos ama.

De todos los dones u obsequios de Dios, nada se compara con la santa eucaristía. ¿Por qué? Porque se trata de la entrega del propio ser, una comunión íntima entre el Hijo de Dios y sus hermanos y hermanas. A través del bautismo hemos pasado a formar parte de su cuerpo, la Iglesia.

Al recibir la santa comunión, nos unimos a él de la forma más perfecta imaginable: nos convertimos en uno solo con él, cuerpo y sangre, alma y divinidad. Nuestras imperfecciones se corrigen y alcanzamos la perfección gracias a esta unión de él con nosotros. Nuestra naturaleza pecadora se transforma y se convierte en pura y santa porqué él entra en nuestros corazones y nos transforma con su gracia.

Pero esta experiencia de conversión jamás es definitiva. Todos los días recibimos la invitación y el desafío para vivir como si mereciéramos recibir este pan de cada día del cielo que Cristo nos ofrece a través de la eucaristía.

San Agustín nos aconseja que “antes de recibir a Jesucristo, debes eliminar de tu corazón todas las ataduras mundanales que sabes que le desagradan.”

Agustín sabía que estamos prestos a olvidar que solo en Cristo somos perfectos. Rápidamente caemos en desgracia y nos entregamos al egoísmo y al pecado. Nuestras imperfecciones se manifiestan en nuestras palabras y acciones, en lo que decimos o hacemos, así como en lo que dejamos de decir o hacer. Estamos llamados a arrepentirnos, a confesar nuestros pecados, a decidirnos a dejar de pecar y hacer penitencia.

Esta búsqueda incansable de la perfección es el fundamento mismo del sacramento de la penitencia. Así como Cristo se entrega libremente en el misterio de la eucaristía, también nos ofrece su amor y su perdón con solo pedírselo, sin ningún compromiso.

Este es el gran sacramento de la reconciliación entre Dios y nosotros: los hombres y mujeres pecadores que no merecemos su misericordia y que sin embargo la recibimos en abundancia. Debemos agradecer a diario a Dios por su paciencia con nosotros y por su disposición para perdonarnos y ayudarnos cada vez que le faltamos a su amor perfecto.

El papa Benedicto escribió: “La fe en Cristo hizo que la búsqueda de San Agustín fuera satisfactoria, en el sentido de que siempre se mantuvo por el camino acertado.” No somos perfectos, siempre estamos recorriendo el camino hacia la perfección. “Incluso en la eternidad—el Santo Padre cita San Agustín—nuestra búsqueda no estará completa; será una aventura eterna, el descubrimiento de nuevas grandezas, nuevas bellezas e inclusive de adquirir una comprensión más plena del significado de la verdad.”

La famosa cita del conocidísimo libro de San Agustín, Confesiones, lo resume todo: “Está inquieto nuestro corazón hasta que descanse en Vos.” El descanso eterno que viviremos en el Cielo no será una experiencia de monotonía, aburrimiento o inactividad. Se tratará de una aventura que nos llevará a descubrir el amor y la misericordia infinitos de Dios, cada vez más profundamente.

Podemos comenzar ahora partiendo el pan del Cielo que nos sustenta durante nuestra travesía de esperanza. Mientras celebramos la gran festividad del cuerpo y la sangre de nuestro Señor este fin de semana (Corpus Christi), vivamos como si fuéramos dignos de recibir este enorme obsequio de la comunión con Dios y, de esta forma, crecer en santidad y caridad en la unión con nuestro Salvador Jesucristo. †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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