May 8, 2015

Alégrense en el Señor

La alegría pascual emana del amor

Archbishop Joseph W. Tobin

“Así como el Padre me ha amado a mí, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que tengan mi alegría y así su alegría sea complete” (Jn 15: 9-13).

En la lectura del evangelio del sexto domingo de Pascua (Jn 15:9-17), Jesús nos revela el secreto para la alegría plena: el amor. Más específicamente, es el amor que es posible (y que se consuma) mediante la obediencia de los mandamientos de Dios. ¿Y cuáles son estos mandamientos? Amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a nosotros mismos.

Jesús nos dice a cada uno de nosotros: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. Permanezcan en mi amor. Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15:12, 10).

La clave del amor es la abnegación, someter mi voluntad a la de Dios. Es por ello que Jesús nos dice que “nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos” (Jn 15:13). La forma suprema del amor abnegado es entregar la propia vida por los demás. “Este es mi mandamiento:—dice el Señor a todos sus seguidores—que se amen los unos a los otros” (Jn 15:17).

Esto encierra una paradoja. La alegría proviene del sacrificio; el amor se desprende de cumplir con los mandamientos de Dios, de obedecer sus leyes. Sin embargo, nuestra perspectiva contemporánea es otra. Preferimos creer que la alegría proviene de la satisfacción de los deseos humanos. Y buscamos el amor derribando a nuestro paso todas las restricciones y acogiéndonos a la libertad de hacer lo que nos plazca.

Este no es el camino para alcanzar la “alegría plena” ni para vivir el auténtico amor. De hecho, la concupicencia, es decir, nuestra tendencia natural a ir en pos de todo lo que necesitamos y queremos, no nos llevará muy lejos. La alegría plena debe provenir de trascender nuestras propias necesidades y deseos para atender las necesidades de otros.

El papa Francisco llama a esto “abandonar nuestra comodidad,” sobrepasar los límites del egoísmo para llegar a “la periferia,” a los márgenes de la sociedad humana. Jesús nos enseña mediante sus palabras y su ejemplo, que solo aquellos que sean capaces de amar de forma abnegada y valiente, podrán experimentar la alegría verdadera.

Durante todo el tiempo de la Pascua proclamamos nuestra alegría, pues esa es la esencia de la resurrección de Jesús. Al cumplir con los mandamientos de su padre, el Hijo de Dios nos mostró el camino para “dar la vida por sus amigos.” En otras palabras, nos enseñó cómo sacrificar voluntariamente nuestras propias necesidades y deseos por el bien de otros y, de esta forma, lograr que nuestra alegría sea plena.

No dijo que sería fácil o que no conllevaría dolor, pero nos prometió que si lo seguimos, alcanzaremos la satisfacción de nuestros anhelos y deseos más profundos. “Permaneceremos en su amor,” lo que significa que seremos uno con Dios, la fuente de todo el amor y la alegría.

Pero, ¿qué significa esta enseñanza para nosotros en la práctica? En términos muy sencillos, significa que ocuparse de ser número uno, proteger nuestra parcela y atender nuestros propios intereses a costa de los demás, es un callejón sin salida; es un camino que conlleva a la soledad, a la autocompasión y al resentimiento. No lleva a la alegría ni al amor genuino.

El camino a la alegría requiere que pongamos a Dios en primer lugar y sacrificar incluso los deseos legítimos por el bien del prójimo. Este es el camino que recorrió el propio Jesús, su Santa Madre y todos los santos.

Se trata de un camino muy amplio y muy diverso (aunque a veces lo llamen “el sendero estrecho”) porque cada persona que lo recorre lo hace de acuerdo con sus propios dones y circunstancias históricas. La forma en la que San Alfonso Ligorio se privó para poder seguir a Jesús fue distinta al camino que tomaron muchos otros santos, pero cada uno de ellos halló la alegría al intercambiar su egoísmo por el bien de los demás.

“Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos” (Jn 15:13). El papa Francisco nos recuerda a menudo que a lo largo de toda la historia—e incluso hoy en día—han existido numerosos santos y mártires que aceptaron esta enseñanza como la respuesta a nuestra búsqueda del significado de la vida.

En este tiempo de Pascua, encontremos formas para negar nuestros intereses, por amor a Dios y al prójimo. Hallemos el amor más allá de nuestra comodidad, en “la periferia,” tal como lo hizo Jesús.
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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