October 26, 2007

Buscando la Cara del Señor

Los sacramentos son un recurso poderoso que generalmente se pasa por alto

Un 24 de octubre hace aproximadamente 70 años, mis padres se casaron en la Iglesia de San José en Jasper, Indiana. Se casaron en la misa de las 6 de la mañana porque a esa hora era cuando el Padre Benedictino Basil Heusler presenciaba los matrimonios.

Supongo que celebraron su matrimonio de manera sencilla porque este era también el comienzo de la Gran Depresión. Recuerdo que su luna de miel fue en el Parque Estatal Turkey Run.

Al principio, mamá y papá alquilaron un apartamento en la parte de arriba de un edificio cerca de la Iglesia de San José. Unos pocos años después, con la ayuda de familiares y amigos, prácticamente construyeron su propia casa en un terreno de tres acres al sur de Jasper. Recuerdo que papá me contaba que mamá construyó la mayoría de los armarios de la casa.

También recuerdo la historia de mi hermano, Charlie, quien apenas podía caminar e intentaba subirse a la escalera durante la construcción. La casa aun se erige cerca del hogar de mi hermano y mi cuñada.

Papá criaba cerdos que mataban anualmente para proporcionar festines. También teníamos pollos y una huerta grande. Mamá y papá trabajaban arduamente para ofrecernos una buena vida a mi hermano y a mí. Durante los primeros años, nuestras vidas eran sencillas y felices.

Mi hermano y yo aprendimos a trabajar y también a jugar. Y nuestra fe católica y la Iglesia ocupaban un lugar destacado en nuestra crianza.

Reflexiono sobre esto con enorme agradecimiento por esta experiencia familiar y hogareña. En aquel entonces no habríamos pensado en ello, pero aprendimos que la vida familiar sencilla y el amor son más importantes que la riqueza económica de la familia. En cierta forma, realmente no pensábamos que nuestras vidas fueran simples; tan sólo eran así. Los valores aprendidos fueron obsequios que perduran toda una vida.

Pensándolo bien, las circunstancias de la época hacían que la crianza y la formación de una familia fueran menos complicadas de lo que pueden ser hoy en día. Ciertamente no se nos bombardeaba día y noche con los valores materialistas seculares que son tan predominantes y agobiantes en nuestra cultura actual. Los enormes adelantos que han hecho que la vida sea más agradable hoy en día son aspectos buenos. No quisiéramos que fuera de otra manera.

Quizás lo que debemos mantener más intencionalmente en perspectiva es la disponibilidad de apoyo espiritual y los valores morales que nos brindan nuestra fe católica y el don de la Iglesia. Estas cosas eran predominantes en épocas anteriores y aun permanecen con nosotros—inmutables y confiables.

En cierto sentido, años atrás era más fácil aprender y conocer nuestra fe. Tal vez esto era así porque no había tanta competencia por llamar nuestra atención. Hoy en día pareciera ser más difícil tomar la decisión de asistir a la iglesia, recibir los sacramentos, cerciorarnos de recibir una educación religiosa y formar parte de una comunidad de fe, nuestra familia parroquial. La existencia de tantas alternativas pueden ser fuente de presión y tensión, especialmente para los padres. Los abuelos también se preocupan mucho.

No podemos subestimar la importancia de las comidas en familia. Pareciera necesario aplicar gran ingenio para encontrar el tiempo para que la familia se reúna, pero bien vale la pena.

Las familias que asisten juntas a la iglesia son una fuente de apoyo fundamental: al menos para las grandes festividades como Navidad y Pascua, la Primera Comunión, la confirmación y la reconciliación. Mi hermano y yo todavía recordamos que se esperaba que asistiéramos con nuestros padres a la confesión los sábados en la tarde. Quizás no nos gustaba, pero esto definió un patrón íntegro en nosotros.

Si en el hogar familiar no hay un catecismo, el Catecismo católico nacional para adultos constituye una fuente excelente para el aprendizaje de la familia. En las parroquias existen oportunidades para la formación religiosa de adultos, jóvenes y jóvenes adultos—y escuelas católicas donde estén disponibles.

En cierto sentido, si prestamos atención, buscamos y participamos en las actividades fundamentales ofrecidas por nuestras parroquias, tenemos allí los cimientos de apoyo en esta época donde los valores espirituales y morales se ven eclipsados por el materialismo incrédulo. Pero existen ayudas adicionales para vivir nuestra fe con un espíritu positivo.

Los ministerios católicos sociales que nos hacen apartarnos de nuestras propias preocupaciones, proporcionan gracias enormes. El cuidado de los pobres, de los ancianos, de los enfermos y los confinados a sus hogares, está al alcance de todos nosotros. La participación en algún movimiento de renovación, tal como el Cursillo o Cristo Renueva Su Parroquia, entre otros, pueden ser espiritualmente enriquecedores.

Pero lo más importante de todo es recibir los sacramentos de la Iglesia que, antes que nada, es la forma como Cristo nos enriquece con su gracia. Constituyen recursos muy poderosos que se pasan por alto con gran facilidad.

No hay nada más importante que se tenga que hacer un domingo o cualquier otro día de la semana que nos impida participar en la Eucaristía. Asimismo, sinceramente recomiendo dedicar un tiempo de adoración especial y sosiego ante el Santísimo Sacramento. †

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