November 11, 2005

Seeking the Face of the Lord

Dios nos ha dado a cada uno una vocación
específica en este mundo

En algún momento pude llegar a contar más de 100 primos hermanos. Por supuesto, a medida que pasan los años esa cifra comienza a mermar. Ambas partes de nuestra familia tienen fuertes raíces germano-católicas. Al igual que muchas otras familias, continuamos celebrando reuniones familiares con regularidad. En agosto fue la reunión de los primos Blessinger, el lado materno de mi familia. A pesar de lo numerosos, todavía nos conocemos entre todos, no obstante el paso inexorable del tiempo. Disfrutamos la reunión e intercambiamos historias de nuestra niñez y de la adolescencia.

Hemos logrado mantenernos en contacto durante todos estos años, principalmente por medio de tarjetas de Navidad y cartas. Ha habido una excepción. Después de que me hice obispo, una de mis primas a quien no conocía muy bien porque era mayor que yo, comenzó a escribirme con cierta frecuencia para hacerme sentir sus oraciones. Al igual que ella, sus cartas eran relatos muy sencillos de lo que sucedía en su familia.

También me mantenía informado de lo que ocurría en las familias de sus hermanas y hermanos. Y quería saber si yo estaba bien. Hace poco sus cartas habían dejado de llegar y me preguntaba por qué. La vi en nuestra reunión y percibí que, debido a motivos de salud, ya no puede escribir.

Recientemente, mientras confirmaba jóvenes en una de nuestras parroquias del sur de Indiana, me alegró saludar a su hijo y a su familia. Esto me recordó enviarle a mi prima fiel una nota para que supiera que yo continuaba pensando y rezando por ella. Ella ha sido tan leal a la hora de mantenerse en contacto conmigo, que ahora es mi turno de hacerle sentir mis oraciones.

Mientras mis pensamientos de noviembre van para los santos que he conocido en vida, podría mencionar a varios primos que han sido y son una sencilla inspiración para mí y para muchos otros. Mi prima epistolar resalta como un ejemplo de esposa y madre devota quien ha vivido la fe de una manera verdaderamente sencilla. No la nombro porque, debido a su timidez y humildad, se mortificaría.

Pero cuando pienso en las diversas vocaciones laicas en el mundo, pienso en esta prima. Ella constituye un ejemplo de todas las personas que pasan desapercibidas y viven su fe católica de manera categórica y al mismo tiempo humilde, en sus hogares, en su familia, en su urbanización. Ella es una esposa y una madre amorosa y trabajó muy duro toda su vida para ayudar a construir un hogar para su esposo y su hijo.

Ella ha tenido una presencia en su comunidad parroquial, mayormente a través de su asistencia y de su labor tras bastidores porque es tímida y sin pretensiones. En los picnic de la parroquia es de aquellas parroquianas que lava platos en la cocina; prefiere ser de las personas “anónimas” que ayudan a limpiar la iglesia de la parroquia. Iba a las reuniones de la parroquia, a pesar de que, debido a su naturaleza tímida, prefería quedarse en casa.

Cuando pensamos en las vocaciones de los seglares solemos pasar por alto la esencia fundamental de la vocación. Generalmente pensamos más en los papeles evidentes que desempeñan aquellos que sirven en las celebraciones litúrgicas o en los comités parroquiales, o cualquier otra forma de servicio público en la parroquia.

El hecho es que cada uno de nosotros ha recibido el llamado de toda la eternidad para cumplir con una vocación divina. Por la Providencia de Dios se nos ha traído a la vida. Estoy de acuerdo con la aseveración de que nadie nace por accidente. Dios creó el alma de todos y cada uno de nosotros. Por medio del sacramento del bautismo se nos ha iniciado en una vida estrechamente vinculada a Dios. Él es “el que nos ungió y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones” (2 Co 1:21-22)

Cada uno de nosotros tiene una tarea específica que cumplir en esta vida, sin importar lo humilde que sea, y Dios nos ha destinado un lugar en el cielo. Dentro del llamado universal a la santidad, Dios nos ha entregado a cada uno de nosotros una vocación específica por la cual podemos marcar la diferencia en el mundo mismo en el que vivimos.

Para algunos de nosotros, dicha vocación es pública y visible. Para otros, de hecho diré que para la mayoría, como para mi prima, la vocación particular pasa mayormente desapercibida e inadvertida. A veces pienso que con gran frecuencia aquellos que pasan desapercibidos entre nosotros deben vivir una vida más santa. Pero el fundamento es que la vocación cristiana no se cumple solamente por medio de las actuaciones eclesiásticas más evidentes, sin menoscabo de su importancia.

Dios nos señala un sendero particular hacia su amor; ésta es nuestra forma única de emprender la travesía a la casa del Padre †

 

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