October 28, 2005

Seeking the Face of the Lord

Recordemos rendirle homenaje a Jesús
ante el Santo Sacramento

A medida que se acerca octubre, también lo hace el Año de la Eucaristía. Recuerdo el evento eucarístico especial que habíamos planificado en el Victory Field en Indianápolis el pasado junio. Llovió ese día, de modo que nos aglomeramos en la vieja iglesia de San Juan en el centro para la adoración eucarística, concluida con una bendición y una procesión guiada por los primeros comulgantes provenientes de parroquias de toda la arquidiócesis. Pensé en el dicho de la Biblia: “Y un niño los guiará”; y en las palabras de Jesús: “Dejad que los niños vengan a mí.”

Recé para que ese día lluvioso se convirtiera en un momento de inspiración y que nos alentara en nuestra fe y devoción; esa es también mi oración por nosotros a medida que nos acercamos al final del Año de la Eucaristía. Recordemos por qué el difunto Santo Padre, Juan Pablo II, designó un año para la Eucaristía.

Primero, quería que atesoráramos el obsequio incomparable que Jesús nos entregó antes de morir.

Segundo, quería enfatizar la posición central que ocupa la Eucaristía en la vida de nuestra fe cristiana.

Tercero, quería que reenfocáramos nuestra reverencia y respeto por la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, no solamente en la misa, sino también en los sagrarios de nuestras iglesias.

Finalmente, quería atraer nuestra atención a la importancia de la adoración del Santo Sacramento.

La agenda para la reflexión del Sínodo Internacional de los Obispos que acaba de concluir en Roma prácticamente era reflejo de este programa de cuatro fases.

Cuando celebramos la misa, la Última Cena, celebrada al comienzo de la Pasión de Cristo, se hace presente entre nosotros y para nosotros. Por medio de la Eucaristía contamos con el Jesús crucificado y resucitado entre nosotros en nuestra peregrinación por el mundo. Jesús nos pide sólo una cosa: el “amén” de nuestra fe viviente.

El Papa Juan Pablo dijo: “la Eucaristía debe ir precedida por la oración. Y a partir de ella, la oración emerge para inspirar todas nuestras obras apostólicas.” Él creó el vínculo para que la Eucaristía y las obras de caridad quedaran interrelacionadas.

En su carta del Año de la Eucaristía el difunto padre se refirió a la historia de dos discípulos en el camino a Emaús. Ellos recibieron la primera catequesis sobre la crucifixión, la resurrección y la Eucaristía. Luego de la muerte de Jesús se sintieron desalentados y volvían a casa a continuar con sus viejas costumbres. Conocieron a un forastero, que sabemos que era Jesús, quien caminó con ellos y pacientemente los llevó a una reflexión sobre la Palabra de Dios, que los ayudó a comprender los “acontecimientos del día”. Sus corazones ardían. Una invitación casual para que el forastero cenara con ellos: “quédate con nosotros”, dijeron, hizo toda la diferencia. En la fracción del pan reconocieron a Jesús.

En la historia de Emaús se pueden detectar dos enseñanzas importantes sobre la Eucaristía. El Papa Juan Pablo II se concentró en las palabras “quédate con nosotros”. En la Presencia Real de su Cuerpo y de su Sangre, el Santo Sacramento permanece con nosotros en nuestros sagrarios. Cuando nos encontramos desalentados, al igual que los discípulos en el camino a Emaús quienes estaban a punto de abandonarlo todo, podemos dirigirnos a nuestra iglesia más cercana para pasar tiempo con Jesús, quien sigue entre nosotros.

Heredamos nuestra fe católica y la Eucaristía en sus comienzos humildes en las riberas del Wabash, aquí en Indiana. Nuestra fe se remonta a nuestro pasado, hasta Cristo y la época apostólica. Desde allí, nuestra herencia católica llegó a Indiana por medio de Europa como obsequio de nuestros inmigrantes ancestrales en la fe. Se nos bendijo con la guía santa de nuestro primer obispo, el Siervo de Dios Simon Bruté, y por la Santa Madre Theodore Guérin, la valiente fundadora de las Hermanas de la Providencia, ambos de las riberas del Wabash. Estos pioneros santos tenían una profunda devoción por el Santo Sacramento.

En su último mensaje antes de morir, el obispo Bruté le escribió a su pueblo: “Que los hijos de la Iglesia recuerden que la fe no puede salvarse sin obras, ni la gracia de los sacramentos puede alcanzar sus almas sin las condiciones y preparaciones exigidas.”

Debemos dejar el legado de nuestra fe y de la Eucaristía para las generaciones del futuro.

El testimonio y la intercesión de la Santa Madre Theodore nos inspiran a transmitir la fe a nuestros hijos y al prójimo. Ella vivió el llamado a la evangelización, fundando un extraordinario sistema de educación católica y formación religiosa. Nosotros perpetuamos esa herencia.

Nuestros humildes orígenes son un recordatorio impactante de que la gracia de Dios nos acude en los momentos de necesidad.

A medida que nos acercamos al fin del Año de la Eucaristía, continuemos rindiéndole homenaje a Jesús en el Santo Sacramento con el humilde espíritu del Obispo Simon Bruté y la santa determinación de la Santa Madre Theodore. Ellos ciertamente nos acompañan todavía en nuestra misión, pero existe otro más grande entre nosotros: ¡Es Jesús, el Señor! †

 

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